Ellos se conocieron por casualidad, que es la manera en la cual se encuentran los grandes amores, algo simple. Ellos se encontraron fortuitamente un sábado, él había quedado con su amiga para ir al cine, esa mujer de la que había estado enamorado desde hace ya varios años, esa que por fin había aceptado su invitación, esa con quien quedo de verse en la tarde de ese sábado. Muy contento había llegado una hora antes de lo acordado. Compró dos boletos para la función vespertina para ver Ghost, la sombra del amor, y esperó… camino por la calle para matar un poco los minutos, decidió el lugar donde comerían antes de la función, e imagino la ruta que seguirían. Nunca había tenido una cita y estaba nervioso, entonces comenzó a soñar despierto, empezó a hacer su plan, que le iba a decir, que le iba a contar... Se dio cuenta que llevaba algo de tiempo bajo el ardiente sol y que la hora del encuentro llegaba rápidamente. Se acercó muy puntual con una sonrisa en su cara y con los boletos del cine en su mano, estaba en el lugar acordado y la espero con gran ilusión; pero ella nunca llegó... Él, sediento y un poco melancólico, camino lentamente hasta la plaza al lado del cine, siguió por un pasillo y compro un refresco de lata, uno realmente helado.
Fue una gran casualidad. Él caminaba cansado y sediento malabareando el refresco de una mano a la otra intentando no congelarse las manos mientras se sentaba en el suelo de ese pasillo. Ella lo vio hacer malabares y rio un poco, de su bolso saco un par de pañuelos y se los ofreció. Ella estaba a no más de 4 metros de él en ese mismo pasillo, tal vez ella también estaba esperando a alguien que no vino, quien sabe, yo que se... es lo de menos. Se acercó, lo miro a sus ojos tristes y dijo: –¿Me permite?– señalando el suelo justo al lado de él. El la miro, sonrió y asintió. Ella se sentó, y claro no había nada de qué hablar, así que simplemente se le ocurrió decir: –Bonito día– Parecería mentira decir que en seguida empezaron a profundizar... aunque realmente así fue cuando él le dijo: –Oh, sí, si la verdad es que hace un bonito día– y aunque no lo fuera también.
Poco a poco él fue venciendo la timidez que lo caracteriza. Ella no pudo evitar mirar las entradas al cine que estaban en sus manos aun. No hay que ser un gran detective para saber lo que le había pasado, ojos tristes y entradas al cine; pero ella no quiso preguntar nada, simplemente prefirió invitarlo al cine. Él se sorprendió un poco, nunca le había pasado algo semejante, tardo un poco en reaccionar diciéndole que curiosamente le sobraba una entrada, que porque su amigo le había fallado, y excusas sin sentido realmente… ella no se lo creía, ningún hombre vería Ghost, con un amigo; pero realmente no le intereso. Él no sabía que ocurría pero no quería desperdiciar ni las entradas, ni el tiempo, así que la invito. Yo no sé muy bien si para sorprenderla o no; pero el momento justo cuando el protagonista entra en al cuerpo de Oda May y comienza la canción, él rompió a llorar. Esto a ella le pareció muy tierno, yo quiero pensar que fue en verdad.
Al principio para sorprenderla él conto alguna mentira… que si era un gran músico, y conocía gente famosa y cosas por el estilo… aunque bueno, luego reconoció que realmente no había logrado nada con su grupo musical; pero eso fue una vez que habían creado confianza, ya habían pasado del refresco, al café. Para entonces ya habían descubierto que tenían más afinidades de las que pensaban al principio, les gustaban las mismas cosas y compartían gustos musicales. Él la llevo al concierto de Miguel Bose, tenía un amigo productor que… bueno no importa, resulta que cuando sonaba la canción de ‘Te amaré’, se atrevió a tomarla de la mano, a ella le latió muy fuerte el corazón. Y poco a poco se fueron inevitablemente enamorando, y no por Miguel Bose, ni por ‘Te amaré’… quizá más por aquello de llorar con La sombra del amor, no lo sé.
Una mañana él se levanta y al abrir los ojos se da cuenta que esta perdidamente enamorado de ella. Entonces quedaron de verse en aquel pasillo donde se habían conocido de casualidad. Para él era muy importante verla allí, y fue en aquel lugar donde ella le dijo:
–Sabes creo que tengo que irme por algún tiempo– Él no entendía lo que empezaba a sentir.
–¿Pero porqué?, ¿a dónde?, yo quería decirte justo lo contrarío… que te quedaras conmigo para toda la vida.– Y ella le explico que no se preocupará, que ella se quedará con él para siempre, que lo prometía, pero tenía que irse por algún tiempo.
–Yo estaré esperando el día que vuelva, para retomar contigo este camino que comenzamos.– Ese lugar cobraba un nuevo significado para él. –Además, cada 15 días, puntualmente te mandaré una carta contándote todo lo que siento, todo lo que te pienso, lo mucho que te echo de menos, y lo poco que falta para vernos.– Él no sabía qué hacer, no sabía que decir, había practicado para decirle otras cosas, nunca espero algo como esto. –Bueno, pero si no te fueras mejor.– Le dijo.
Ella se fue. Y fue entonces cuando él se dio cuenta que ese asunto no tenía remedio. Que estaba atorado en ese sentimiento, que no había magia alguna, ni pócima, nada. Simplemente no podía alejarla de su mente. Que era totalmente falso eso que ’un clavo saca a otro clavo’. Que no existía otra manera de amar. Que no la iba a olvidar.
A los 15 días llego la primer carta de ella, llena de besos y caricias, de esperanzas y añoranzas. Él lloró, esta vez no había duda alguna, era de verdad. Rápidamente escribió una respuesta a la carta, nunca había escrito algo tan bonito, no sabía siquiera que podía hacerlo, ninguna de sus canciones le llegaba a los talones a esta carta. Esa misma tarde la mando.
Él guardaba las cartas con mucho cariño encima de la mesilla. Y pasaron quince días, y otros quince, y otros quince, y las cartas cada vez se hacían más pequeñas, por lo menos las que llegaban a casa. No era su culpa, él intentaba responderle lo antes posible, intentaba contarle más cosas, intentaba que ella le contará mas. Las cartas se acumulaban. Su vida consistía en esperar a que llegará el decimoquinto día, abrir el buzón y leer un poco de su amada, alguna promesa, alguna palabra. Esperando esa carta donde ella le decía que volvía.
Pasaron algunos meses, hasta que un decimoquinto día, se encontró con un buzón vacio y con su corazón hecho trizas. Él ya había pensado en esa posibilidad, así que no le sorprendió sentir sus mejillas mojadas. En lugar de olvidarla, siguió escribiéndole, extrañándola, esperándola, tratando de expresar con palabras lo que no se puede explicar. Comenzó a vivir del recuerdo leyendo aquellas cartas que ella le había escrito, su mayor tesoro. No había manera alguna que él dejará de mandarle alguna carta, aun meses después, él simplemente no desistía, seguía escribiéndole, tratando de encontrar respuestas a sus propias preguntas. Se reclamaba a si mismo haberla dejado ir... y las cartas se hacían más y más hermosas. Él esperaba que ella leyera las cartas, no quería otra cosa; pero no comprendía el sentido de ello, no estaba seguro siquiera de que ella las viera. Y de repente una, tal vez dos buenas fechas dejo de hacerlo… pero según tengo entendido no dejo de escribir, no dejo de sentir; pero no estaba dispuesto a esperar más. Tal vez después de todo… si podamos sacar un clavo siempre que uno lo quiera así.
Aun recibía cartas, y aunque a ella ya no le hacían falta, las leía en su recamara, por simple curiosidad, o tal vez no. Ella ya había encontrado a esa persona que aquel lejano día en ese pasillo estaba buscando. Tenía tiempo de estar con esa persona. La feliz pareja se conoció rápidamente. El muchacho llego un día con una sorpresa, como le encantaba Ricardo Arjona, decidió comprar un par de boletos de primera fila para verlo. A ella simplemente no le gustaba una sola canción, se le hacía burdo y exagerado su estilo; pero calló… al fin era un hermoso detalle. Al siguiente fin de semana, decidieron ir a ver la película Titanic. El muchacho había tenido mucho trabajo en la semana, o que se yo… a la mitad de la película se quedo profundamente dormido. Terminada la película salieron del cine, no estoy muy seguro de lo que ella vio o de lo que quiso ver al otro lado de la acera, ella misma no sabe si ocurrió en verdad porque curiosamente la luz del sol la cegó por unos segundos. Lo que sí sabemos es que su corazón comenzó a palpitar rápidamente, que de su ojo izquierdo bajo una lagrima lentamente, y que dejo escapar un pequeño suspiro del cual apenas era perceptible un débil: –Te extraño.– Su cabeza estaba llena de dudas… no imagino que difícil seria estar en su situación. Se perdió entre los brazos del muchacho, disculpándose con que la película le había hecho llorar. El muchacho solo le dijo que era muy exagerada, que… no era para tanto.
Ese mismo sábado decidió que la siguiente carta la respondería, que estaba dispuesta a pedir perdón, sólo que no sabía porque pedir perdón. Llego la quincena, pero vino sin carta alguna. Ella no recordaba si eso había pasado alguna vez, decidió esperar otros 15 días, y otros… Paso algún tiempo antes de que ella se decidiera, algunos meses, un año o dos tal vez, no recuerdo del todo bien. No tenía idea de que escribirle, como contarle, que hacer para volver a ese tiempo.
Ya no recibía cartas desde hace bastante tiempo, ya no le hacían falta. Él ya no escribía cartas, no tenia mas sentimientos que contarle a nadie, decía que ya la había perdonado, aunque yo no lo creo. Empezó a escribir un diario desde algún tiempo, dirigido al aire, a quien lo leyera, a cualquiera que lo escuchara. Desgraciadamente la mayoría de las palabras de ese su diario eran de rencor, no la había perdonado realmente. Algunas tardes de domingo, él soñaba con recibir una carta, como esas que llegaban temprano, con aquellas promesas, quien sabe si falsas, con declaraciones imposibles, esperando recordar cada palabra que le había mandado a ella. Con el tiempo mucho tiempo aprendió a comer solo, y alejarse de lo que nunca fue…
Nuestra mujer pérdida sin saber qué hacer, había muchas veces querido acabar con todo, quemar las cartas o tirarlas al rio, lo que sea. Cualquier cosa para olvidar todo… un día por casualidad se le ocurrió una gran idea.
Un día, nuestro hombre llego a casa, después de haber pasado una hermosa tarde con aquella amiga suya, que lo espero tanto tiempo. Al abrir el buzón, adivina lo que se encontró. Una carta. Escrita por él mismo, nunca había leído algo tan bonito. Ella decidió mandarle las cartas, tal y como él se las había mandado. Ella comenzó de igual manera a recibir puntualmente cada quince días, las cartas que había escrito, por riguroso orden.
Ahora ella se moría de miedo porque no creía merecer estar con él, y resucitaba con la esperanza de recibir alguna carta diciéndole que volvía.